Mientras recorría las concurridas calles de la ciudad, me detuve por un momento a escuchar lo que pasaba, y me di cuenta que no escuchaba nada, porque mi corazón lloraba. Solo sentía sus gemidos, otra vez, lo hacían llorar. Le dolía amar a alguien que no lo amaba y que lo amara alguien a quien no amaba. Estaba destrozado, derrumbado en la parte más baja de mi pecho. Llorando desconsolado solo se preguntaba… ¿por qué?
Al intentar oírlo, lo escuche…Estas fueron sus palabras.
– ¿Cuanto más falta para poder volver a sonreír? Como es incierta la lluvia, de la cual nadie es capaz de precisar la hora exacta de su llegada, ni de su partida; Como es incierto el ancho y largo del universo; Como es incierta la arena suave y esculpida a la orilla del mar, a la hora de contarla; así de incierto es este sentimiento en tus manos, en tu boca. Nadie sabe nunca cuando usaras tus palabras para enamorar, cuando moverás tus manos para acariciar, cuando romperemos el silencio de una mirada con un beso, nadie lo sabe. Hablas para ti, hacia adentro, donde nadie te pueda oír. Guardas para ti sola mis caricias, mis intentos, mis luchas, mis deseos. Entierras en tu ser tus ganas de volver a sentir, de volver a soñar, de volver a mirarme en tus ojos brillantes. Disparas balas al aire en donde nadie las pueda encontrar jamás. Lanzas bengalas de ilusión indescifrables. ¿A quién le hablas? Veo tus labios moverse, pero tu corazón estático. Estamos en diferente vía Láctea. Nos encontramos cuando tú vas y yo vengo, en las paradójicas manecillas que usas en tu reloj, en contra del tiempo, hacia atrás, al revés. Mientras que tú disfrutas de la brisa que se desprende de las aves que salen del agua en aquella playa con palmeras a su alrededor, las cuales impiden a toda costa que tengas calor; yo estoy desgastado por caminar y caminar este desierto soleado, en donde el agua es una ilusión engañadora y los pasos son lentos y dolorosos, los senderos son dunas cubiertas de recuerdos venenosos que hacen más difíciles los metros recorridos, gigantes convertidos en aire y polvo sobre mis ojos ya cansados de esperarte, de buscarte. ¿Viajaremos algún día sobre la hoja desprendida de un árbol hacia el mismo lago? O ¿Nos hundiremos como rocas lanzadas sobre el mismo lago que primero botan y rebotan, y luego caen al profundo silencio de donde nunca saldrán? ¿Cuánto más seguiremos comiendo aperitivos de detalles, de miradas, de visitas, de llamadas; y pasaremos al plato fuerte de un amor bien condimentado, acompañado de un fino postre de besos suavizados sobre un fondo blanco? Solo tú lo sabes, para ti lo sabes; para mí es incierto. No seas como el aire que pasa, roza y nunca dice a donde irá, nunca habla. No seas como las olas que llegan, golpean y nunca dicen cuantos metros se hundirán. No seas como quien se sienta en una banca desocupada de un gran teatro, disfruta la obra, pero al salir se da cuenta que no la entendió. No seas como el cantante, que canta sin entender lo que escribe, que escribe sin entender lo que piensa. Ayúdame a salir de este bosque de espinas que conozco como mi vida, recorrido todos los días, he de acordarme donde está todo; olmos de pensamientos, cascadas de sufrimientos, pájaros hechos de hojas, flamencos hechos de ramas, acacias hechas de hojas secas de ramas viejas. Pisadas aun recientes y frescas, gotas de sangre salpican el libro verde y amarillo de este estribillo. ¿Yo me separo de ti?, o ¿tú te separas de mi? Como el desesperado y angustioso escape de las arenas movedizas es nuestra sinfonía, que entre más tratemos de tocarla más hundida estará. Solo si nos aferramos a algo fuerte podremos escapar, y dibujar en una noche iluminada la sonata más tocada, recordada, e interpretada del mundo, sobre nuestros cuerpos; La Sonata Luz de Luna.
Esa fue la última palabra que pronunció haciendo eco en todo mi interior. Mi corazón hablo mucho más de lo que esperaba escuchar. Ahora entiendo por quien es su palpitar. Me duele tanto como a él. Pero solo hay que esperar a que reaccione quien él espera que reaccione. Espero que sea pronto, antes que mueran todas Sus palabras en mi interior.
Autor: Juan Carlos Vidal
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